GRANDES CONFLICTOS BÉLICOS
Presentar el Sur como un peligro
ha llevado a la construcción de un nuevo discurso por el que se relativizan los
conflictos, se hace recaer en los actores del Sur la principal carga de
responsabilidad y se crea un discurso que confina las causas del conflicto en
el Sur. Ello da argumentos para nuevas intervenciones militares, justificadas
como humanitarias, y para un rearme militar que ahonda aún más la brecha entre
Norte y Sur. Considerar el subdesarrollo como un peligro ha hecho, también,
converger las políticas de desarrollo con las de seguridad. Las políticas de
ayuda al desarrollo, o los intentos de promoción del desarrollo económico,
encajan en este esquema en una lógica de alivio de la pobreza mundial y de
control de los disturbios, como complemento a las políticas de desregulación
del mercado y las recetas de ajuste estructural, al tiempo que
desresponsabilizan al Norte y a estas políticas de las causas del propio
subdesarrollo.
1º guerra mundial
2º guerra mundial
El
panorama mundial, en relativamente poco tiempo, ha experimentado un giro
notable. De una prolongada etapa de crecimiento económico se ha pasado a una
profunda crisis económica comparable a la gran depresión de los años treinta,
asimismo el inicio del mandato de Barack Obama y el fin de una administración
norteamericana profundamente conservadora, enzarzada en la denominada guerra
contra el terror, marca un punto de inflexión que ha despertado enormes
expectativas. Estamos, sin duda, en un momento de crisis y de cambio de cuya
salida dependerá el próximo futuro.
El
fin de la guerra fría también fue un momento que alentó nuevas esperanzas, la
esperanza de que finalizado el enfrentamiento entre oriente y occidente
pudiéramos avanzar hacia un mundo en paz, en el que el enorme gasto militar que
había originado la insensata a carrera de armamentos se tornara en lo que se
denominó el dividendo por la paz, un dividendo que permitiera rebajar las
escandalosas diferencias entre paises ricos y pobres que asolan nuestra casa
común. Desaparecida la confrontación entre los dos grandes bloques que se
enfrentaban en múltiples conflictos de baja o alta intensidad en la periferia,
emergieron nuevos conflictos, motivados por nuevas causas y nuevos actores, lo
que Mary Kaldor ha dado en denominar las “nuevas guerras”, nuevas para
distinguirlas de las guerras procedentes de épocas anteriores, pero también
guerras para remarcar el carácter político de estos nuevos tipos de violencia.
Se ha abierto la inquietud sobre las guerras locales y regionales, la
inestabilidad que generan los estados débiles y deteriorados y el aumento de
las redes de delincuencia y terrorismo internacional. Y por si no fuera
suficiente también persisten algunos de los antiguos peligros, como la existencia
de grandes arsenales nucleares y la proliferación de armas, de este u otro
tipo, altamente letales.
Los conflictos armados han continuado. Ello puede ilustrarse, para no
entrar en una relación exhaustiva, con los conflictos que se registraron en
2008. El informe Alerta2009!, que anualmente viene elaborando la
Escola de Cultura de Pau, registró en el pasado año 31 conflictos armados. A
nivel metodológico el informe considera conflicto armado como todo
enfrentamiento protagonizado por grupos regulares o irregulares en el que el
uso continuado y organizado de la violencia provoca un mínimo de 100 víctimas
mortales en un año y/o un grave impacto en el territorio o la seguridad humana,
persiguiendo objetivos diferenciables de los de la delincuencia común. De estos
conflictos 10 tuvieron una intensidad muy elevada de la violencia, generando un
cifra notablemente superior a las 1.000 víctimas mortales.1
Asimismo
se registraron también 80 escenarios de tensión en el mundo, considerando como
tensión aquella situación de conflicto en el que el uso de la violencia no
alcanza a la de un conflicto armado, pero que puede incluir enfrentamientos,
represión, golpes de Estado, atentados y otros ataques, y cuya escalada podría
degenerar en en un conflicto armado.
Por
zonas, la mayoría de conflictos armados y tensiones en 2008 se ubicaron en Asia
(14 conflictos armados y el 34% de las tensiones) y África (9 y 35%
respectivamente), aunque Europa no escapó de tener 4 conflictos armados.
La
mayoría de conflictos en 2008 hicieron referencia a aspiraciones identitarias o
demandas de mayor autogobierno, pero también estuvieron vinculados a la lucha
por acceder o erosionar el poder, o al control de los recursos o del
territorio.
Es
complejo determinar las causas de cada conflicto, y difícilmente pueden
resumirse en una sola pues suelen ser producto de la conjunción de diversas
causas de tipo social, político, económico territorial o identitario. Podríamos
atrevernos a resumir las causas de los conflictos armados en dos grandes
grupos. De un lado las que se derivan de los agravios que se producen contra la
población y que se pueden concretar en luchas por acceder al poder, falta de
libertades, justicia social, pobreza y reparto desigual de la riqueza. Por otro
la codicia, los conflictos que surgen del deseo de apoderarse de un territorio
para acceder a sus recursos.
Es
necesario destacar, por otra parte, que los términos de guerra y paz son
también relativos, y que países que formal o aparentemente están en estado de
paz pueden acumular más muertes violentas que en períodos de guerra. Así
podemos poner por ejemplo el Salvador en el que en 1995 las muertes por arma,
8500, fueron superiores a la mortalidad media de 6.250 personas por año en
tiempo de guerra. O de otro lado Brasil, donde las muertes violentas superan
con creces el número muertes en conflictos sangrientos como la guerra de
Vietnam, sólo en 2004 hubo 48.374 muertes violentas por agresión como registró
el Tercer Informe Nacional sobre Derechos Humanos, divulgado por la Universidad
de Sao Paulo. Aunque estos asesinatos no guarden relación clara con los
problemas políticos, no por ello dejan de reflejar la persistencia de una
economía política violenta a pesar de la ausencia formal de guerra.
Vivimos
pues en un mundo en el que los conflictos y la violencia armada se resisten a
desaparecer . Pero no podríamos entender la naturaleza de estas nuevas guerras
sino atendiéramos a los cambios que ha provocado la globalización.
Globalización y exclusión
La
globalización ha cambiado la arquitectura de la economía mundial y por
consiguiente ha tenido también un fuerte impacto en el escenario mundial. La
globalización económica es el proceso por el cual las economías nacionales se
han ido integrando progresivamente en el marco de una economía internacional,
de tal manera que su evolución se ha tornado más dependiente de los mercados
internacionales disminuyendo la influencia de las políticas gubernamentales.
Estaríamos
equivocados si nos dejáramos engañar con el nombre con que ha venido a
denominarse este proceso y pensáramos que ha tenido un efecto uniformizador de
los países y las economías, al contrario, la internacionalización masiva ha
tenido unos poderosos efectos desestructuradores generando nuevas
desigualdades, el debilitamiento o la ruina de los estados-providencia como
obstáculo al libre funcionamiento de los mercados y la rápida disminución de la
cohesión social.
Ha aumentado la brecha entre países desarrollados y países empobrecidos2 convirtiéndola
en uno de los principales problemas de nuestro tiempo porque está en la base de
la presión ambiental, los conflictos bélicos, la inestabilidad política y
social, la pobreza. No son, ciertamente, problemas nuevos pero con la globalización
estos problemas se han agravado. A principios del siglo XXI, 80 países tenían
unas rentas per capita inferiores a las de la década anterior. La brecha entre
ricos y pobres también ha aumentado en los países industrializados, que han
visto como la parte de la renta nacional apropiada por las capas más ricas de
la población aumentaba de manera escandalosa. El 20% de la población mundial
consume el 80% de los recursos disponibles, siendo la principal beneficiaria
del régimen actual del comercio y la inversión mundial.
Amplias
zonas del planeta han quedado excluidas del interés de los grandes inversores,
sólo interesados en las primeras materias que puedan ofrecerles y que, a
menudo, se convierten en fuente de conflicto. África es un buen ejemplo de
ello, y ha visto sus riquezas en petroleo, diamantes o coltán convertirse en el
epicentro de la exclusión y el conflicto, en lo que ha dado en llamarse como la
maldición de la riqueza.
La
globalización capitalista ha dibujado una nueva arquitectura de la economía
mundial profundamente asimétrica pero interdependiente, organizada, como en la
futurista película “Código 46” de Michael Winterbottom, en áreas productivas,
opulentas y ricas en información opuestas a las áreas empobrecidas, devaluadas
económicamente y socialmente excluidas.
Así el capitalismo ha dejado de ser un sistema inclusivo, los beneficios
del crecimiento económico no se han distribuido equitativamente y se han
concentrando en un número relativamente pequeño de países, marginalizando a la
mayoría del mundo, al mundo empobrecido. La globalización ha generado una nueva
lógica de exclusión, que comprende tanto la exclusión más absoluta, como las
nuevas relaciones subordinadas de integración del sur en el Norte. La
exclusión, asimismo tiene tanto un componente horizontal o geográfico que
divide a los países, como un componente vertical, que la hace presente, aunque
en diferentes grados, en la inmensa mayoría de países estén ubicados en el
Norte o en el Sur.
Las escandalosas diferencias económicas entre un norte rico y un sur
empobrecido se han visto exacerbadas por la opresión y exclusión políticas cada
vez más acentuadas, junto a una creciente sensación de marginalización.
La globalización ha trastocado el papel del estado. Se ha señalado cómo el
estado ha perdido autoridad económica. La economía ha saltado por encima de las
fronteras y los instrumentos de los que disponen los estados son débiles para
controlar las variables macroeconómicas básicas, incluso para defender la libre
competencia o para redistribuir las rentas. Los estados nación han pasado, de
ser intermediarios entre las fuerzas económicas y las economías domésticas, a
ser los encargados de adaptar las economías domésticas a las exigencias de la
economía mundial. En todo este proceso el discurso liberal ha destacado la ola
de democratización y de elecciones multipartidistas que tuvo lugar, tras la
caída del muro de Berlín, durante los años noventa pero este proceso se dió
después de que la comunidad internacional hubiese decidido de antemano la
política comercial y macroeconómica de la mayoría de países involucrados.
El mundo empobrecido no ha
permanecido de brazos cruzados frente a la exclusión, se ha reintegrado a si
mismo en el sistema liberal mundial a través de la expansión y profundización
de la denominada economía sombra, aquella que permanece fuera de las
contabilidades oficiales, fuera de la legalidad de integración Norte-Sur. La
economía informal representa un porcentaje muy alto de la actividad económica
en gran número de países. El comercio informal de todo tipo de bienes y
servicios es actualmente el modo de ganarse la vida para millones de habitantes
del Sur, y aunque está excluido de las redes oficiales de la economía
internacional es un componente esencial de todo el comercio mundial. A lo que
hay que unir también las actividades criminales -mafias de la droga, comercio
de armas, mujeres, niños, órganos o emigrantes- que operan globalmente en red.
Con ello, se da la paradoja, junto a la ya conocida de que los países
emergentes han podido serlo precisamente porque no han seguido las reglas de
ajuste y de liberalización de mercados dictadas por organismos como el Banco
Mundial o El Fondo Monetario Internacional, de que el desarrollo real que se ha
producido en el mundo empobrecido ha sido gracias a una respuesta indirecta,
antagónica y subversiva de estas políticas. La desregulación y la
liberalización del mercado ha promovido un orden social liberal, creando
riqueza en un polo, pero ha llevado a la informalización de la economía, la
expansión del comercio en la sombra, la criminalización de una parte de la
economía y de muchas de las transacciones internacionales y el aumento de la
guerra de red.
En el caso de las nuevas guerras, la desregulación del mercado ha intensificado
todas las formas de comercio paralelo y transfronterizo y ha permitido a las
partes en conflicto la formación de redes locales y globales, así como el
establecimiento de economías sumergidas que son los nuevos medios de obtención
de recursos y autoabastecimiento.
La ruptura del orden normativo que ha provocado la exclusión del mundo
empobrecido ha generado un mundo más tumultuoso, en el que la guerra y la
violencia es la forma de adaptación y regulación frente a los efectos de la
desregulación del mercado y a la limitación y debilitamiento de las
competencias del Estado-nación.
La exclusión inicial del mundo empobrecido ha retornado al mundo
rico en forma de una mayor inseguridad. Esto ha originado en el Norte la
percepción del Sur como peligro y el subdesarrollo como una fuente de
conflicto, de criminalización y de inestabilidad. Esta percepción es la que
impregna la definición de amenazas a la seguridad que realiza la Unión Europea,
o la misma Directiva de Defensa Nacional3 del Gobierno de Rodríguez Zapatero.
Así la Directiva, en sintonía con el documento base de la política de seguridad
de la UE “Una Europa segura en un mundo mejor” aprobado en la cumbre de
Bruselas de 2003, define como amenazas el terrorismo internacional, la
criminalidad organizada, los grandes movimientos de inmigración ilegal, el
tráfico de armas de destrucción masiva o las catástrofes medioambientales, y
como riesgos el acceso a los recursos básicos. Todas las amenazas proceden o se
libran en el Sur.
La paz liberal
Es necesario referirse a las nuevas formas de gobernación global, o gobernación
liberal. El debilitamiento del Estado Nación o la inexistencia una institución
poderosa con un claro mandato internacional, con competencias administrativas y
con una autoridad normativa reconocida, no significa que no exista la
gobernación global, lo que sucede es que hoy no está encarnada por una sola
institución, sino que la globalización ha llevado a redes no territoriales de
toma de decisiones a múltiples niveles, a complejos estratégicos como los
denomina Mark Duffield, que unen de forma novedosa y compleja a Gobiernos,
agencias internacionales, organizaciones no gubernamentales, organizaciones
militares y civiles y que son un nexo importante en la formación de la
gobernación mundial. Así la gobernación no está encarnada en una sola institución,
sino en todas las redes y conexiones que aúnan a diferentes organizaciones,
grupos de interés y formas de autoridad.
El objetivo de los complejos estratégicos estatales y no estatales que
encarnan la gobernación global no es el control directo del territorio, su
preocupación, a lo que aspira la nueva gobernación global es a establecer una
paz, la paz liberal, basada en el palo y la zanahoria, que asegure la
estabilidad en sus fronteras beligerantes. La zanahoria es la promesa de ayuda
al desarrollo y el acceso a las redes de gobernación en caso de cooperación y
seguimiento del poder liberal, mientras la no cooperación corre el riesgo de
acarrear diferentes grados de exclusión y aislamiento. La lógica de la paz
liberal es una lógica de exclusión y de incorporación selectiva.
El rearme del norte
El rearme militar del Norte ha
sido una parte importante de la respuesta que se ha dado a este mundo más
tumultuoso. A mediados de los 90 la administración Clinton renunció al
dividendo por la paz que pudo traer el fin de la guerra fría y, rompiendo la
tendencia decreciente del gasto militar norteamericano, inició un proceso de
rearme que situó a Estados Unidos como la única potencia militar de alcance
global. Fue con este rearme iniciado en la era Clinton con el que la
administración Bush pudo acudir a las guerras de Afganistán y de Irak.
Actualmente el gasto militar norteamericano, 578.315 millones de dolares en
2007, representa el 46% del gasto militar mundial. Y si nos referimos a la
principal alianza militar del norte, la OTAN, el gasto militar conjunto de los
29 países que la integran raya en el 70% del total mundial. Un gasto militar
mundial, conviene no olvidarlo, que ya absorbe el 2,5% del PIB mundial y que se
ha incrementado en la última década, en términos reales, en un 45%.
Ni la Unión Europea, ni nuestro país escapan a esta dinámica. Están
plenamente comprometidos en el proceso de rearme militar a través de diversos
acuerdos y compromisos -el Compromiso de Capacidades de Praga de la OTAN 2002,
la Estrategia de Seguridad Europea, el Objetivo Global de Helsinki 2010, el
Plan de Acción Europeo de Capacidades, la Agencia Europea de Defensa- que
convergen en ese objetivo.
No podemos dejar de hacer mención tampoco, al hecho de que seis países
concentran el 80% de las exportaciones mundiales de armamento, y que
precisamente cuatro de ellos -EUA, Rusia, Reino Unido y Francia- son miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con derecho a veto, es
decir, los que deberían ser los principales valedores de la paz en el mundo. Ni
tampoco, que en 2007, últimos datos disponibles, el Estado español ocupó el
octavo puesto de los exportadores mundiales de armamento con el 2% de las
exportaciones mundiales.
El rearme del Norte no se ha ceñido a la fuerzas armadas en manos del
Estado, desde los años 90 se ha expandido una tupida de red de Compañías
Militares Privadas y de Compañías de Seguridad Privadas de ámbito
internacional. Recientemente se ha difundido el papel que éstas juegan en las
guerras de Irak y Afganistán, pero también hay que destacar su intervención en
los conflictos locales o su papel en relación a la necesidad real de seguridad
interna de las élites del Sur. Igualmente, acompañan a las industrias
extractivas de los valiosos recursos naturales del Sur, siendo un elemento
imprescindible para unas industrias aisladas de las sociedades en que operan y
que les ha permitido adaptarse a entornos inseguros. Al crecimiento de las
compañías militares y de seguridad privadas ha contribuido, entre otras
razones, la evolución de las funciones del estado-nación, la desregulación del
mercado, las privatizaciones, la posguerra fría y la reducción de los aparatos
militares tras el fin del apartheid. Su aparición también es sintomática de un
cambio radical en la naturaleza del orden internacional, que si anteriormente
se basaba en el control del territorio, hoy tiene más que ver con el control de
los mercados y los procesos.
Seguridad humana
La actual crisis económica marca, como señalábamos al principio, un momento
de cambio en el que se va a decidir el mundo de los próximos años, y como todos
los momentos de cambio, también es momento de oportunidades. La salida que se
de a la crisis, el modelo económico que se configure tras ella, va a tener un
efecto indudable sobre la paz y la seguridad mundiales y debemos por tanto
aportar también esta perspectiva al debate.
Hay que ser conscientes de que es el modelo de crecimiento llevado hasta
ahora el que nos conduce a las amenazas reales que penden sobre nuestras
cabezas. El cambio climático, la competencia o guerra por los recursos y la
marginación del mundo empobrecido, estrechamente vinculados al modelo económico
actual, son amenazas reales cada día más presentes de no producirse un cambio
de rumbo.
Los efectos del cambio climático, las sequías, las tempestades cada vez más
frecuentes, las inundaciones pueden malbaratar las cosechas y minar la
habitabilidad de determinadas zonas provocando desplazamientos masivos
involuntarios de población y escasez de alimentos, aumentando los conflictos
sociales y el sufrimiento de las personas. Es ya el momento de sustituir las
fuentes de energía que emiten dióxido de carbono, mediante la aplicación de
fuentes locales y renovables de energía, que no comprometan a las generaciones
venideras, como base principal para la generación energética del futuro.
La competencia por los recursos, el petróleo, el expolio de riquezas
minerales, ya está provocando guerras. De no cambiarse los hábitos de consumo y
de producción estas guerras se agravarán. Es necesario avanzar en políticas y
nuevas costumbres en la conservación de los recursos, en el reciclaje, en la
máxima eficiencia en las fuentes de energía, en buscar alternativas al
petróleo.
Se pueden proseguir las políticas económicas que han llevado a esta
situación o se puede optar por aumentar la cohesión, por poner fin a la
exclusión del mundo empobrecido, el expolio al que se le somete a través de las
reglas del comercio desigual y a la explotación de sus recursos. Hacer frente a
la pobreza global, la exclusión política y la injusticia, actuar decididamente
por aumentar la cohesión de nuestro mundo dividido, se convierte en una
apremiante necesidad.
Es necesario un cambio de paradigma que articule las estrategias de
seguridad ubicando al ser humano en el centro de las políticas públicas e
internacionales, con el objetivo de resolver las necesidades de millones de
seres humanos afectados por las inseguridades provocadas por la globalización
en los ámbitos político, económico, social y cultural. Que hable el lenguaje de
los derechos humanos, de la equidad, la justicia y la subsistencia.
Mientras el grueso de los
recursos se destine a aumentar nuestras capacidades militares, a intentar blindar
nuestro mundo de amenazas exteriores que nosotros mismos contribuimos a
alimentar, nos alejamos de trabajar para cumplir los requisitos necesarios para
alcanzar la paz a nivel internacional, regional y local. Hay que abordar una
auténtica política de seguridad humana para que las personas y los pueblos
puedan vivir libres de necesidad y libres de temor, que promueva la
gobernabilidad democrática, el crecimiento con equidad y la superación de la
extrema pobreza, sólo así podremos avanzar a una mayor seguridad en un mundo
más justo y en paz.
1º guerra mundial
2º guerra mundial
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